jueves, abril 12, 2007

La desconfianza y el destino universal de los bienes

La desconfianza y el destino universal de los bienes.

Ramiro Arteaga Sarabia

Si bien el pensamiento social cristiano ha validado el principio de la propiedad privada, también es cierto que Karol Wojtila incorporó al estudio económico una bella expresión: “destino universal de los bienes”.

Así, el concepto de capital y de propiedad privada pasan de una mera condición pragmática y egoísta a otra de naturaleza solidaria y humana, al considerar a los seres y objetos del mundo como “la primer donación” en referencia directa a la creación del cosmos.

En el interior de esta verdad, ¿a quién pertenecen las obras, los puentes, las presas, los espacios públicos construidos con dinero de la propia gente?

¿Es válido el cálculo político que justifica la utilización de dinero de las personas para construir una obra electorera y/o mediática?

El trasfondo de esta economía, cuyo fruto es la pobreza impuesta a millones de individuos, es una visión enteramente egoísta del ser humano.

Esta visión de lo humano ha construido una cultura de la vida diaria sustentada en la desconfianza y el cálculo.

Cito al periodista Leonardo Curzio (El Universal, 9 de abril de 2007): “Según un informe del BID, casi ocho de cada 10 mexicanos creen que los servidores públicos son corruptos. Una cifra que supongo haría temblar a cualquier sociedad que se tome las cosas mínimamente en serio…La política ha caído en un desprestigio que no es decente ocultar. Las pústulas de los arreglos corporativos y la monotonía de una clase política que cita más veces su fervor patriótico que un cura su devoción cristiana, nos tienen postrados…Da vergüenza ajena esa defensa ardiente de los intereses nacionales por estamentos que gozan del más amplio desprestigio. En la cola del aprecio popular están los sindicatos, las cámaras y los partidos políticos. ¿Propósitos de enmienda? A la vista ninguno. Siguen comportándose como los grandes caimanes de la vida pública. México, se diría al escucharlos, son ellos.”

Es en este terrible estado de nuestra civilización donde, como nos lo hace ver el filósofo José María Sbert, se incuba el desprecio a la providencia y el apego a los procesos de planeación y de control de la naturaleza. De esta forma, se construye un nuevo rostro de la realidad donde “todos los contactos entre la gente, así como entre la gente y su medio, son el resultado de la previsión y la manipulación.” (Sbert en Epimeteo, Jus, 2003).

Es cotidiano observar en nuestras casas y empleos, en las relaciones humanas y comerciales, en los procesos políticos y de gobierno y en prácticamente todas las actividades humanas, el empoderamiento de esta forma de ver la vida y de esta manera de proceder y de tomar decisiones.

El resultado está a la vista de todos: un país donde los ciudadanos no se sienten responsables de casi nada, donde todo se somete a la lógica de “así ha sido siempre”, donde el gasto público se ejerce sin pensar en las consecuencias históricas de esas mismas decisiones y, lo peor, donde nadie tiene la esperanza de, siquiera, pensar que las cosas pueden ser distintas.

El fortalecimiento del egoísmo y de la desconfianza han destruido muchas aspiraciones humanas válidas como el respeto irrestricto a la vida, el diálogo honesto y académico, la búsqueda de la verdad y la esperanza del bien común.

Todos buscamos enriquecernos casi a cualquier costo, sin reconocer que los dones recibidos en bienes materiales, son un regalo que es necesario compartir para ser medianamente felices, en un mundo que está a un paso de agotarse.

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