miércoles, enero 30, 2008

Bendita Locura

Bendita locura

Ramiro Arteaga Sarabia

Sólo desde la locura se puede entender una obra como la que realizó Don Francisco Román Arce Alarcón.

Él, armado de una esperanza, fundó el centro de rehabilitación para enfermos mentales “El Cristo de la Misericordia”, en una casona refundida al final de un caminito de brecha, cerca del poblado de Tres Palos.

En esos tiempos, en una casa de madera, que aún se conserva como testimonio de la fundación del centro, con un puñado de locos que Don Francisco recogió de las calles, nació el Cristo de la Misericordia.

Desde ese día y tras más de dos décadas de vida, Don Francisco Arce vio como su sueño crecía y crecía.

Cada día, él traía más locos de las calles, les daba de comer, les brindaba un techo y una familia.

Incluso, él les buscaba medicinas para que estuvieran mejor de sus trastornos clínicos.

Las historias del Cristo de la Misericordia se cuentan por miles, cada alma, cada humanidad contenida en la locura es fiel testigo de la bondad de “Papá Paco”, como le gritaban y llamaban a Don Francisco.

En la locura le siguieron su esposa, Doña Glendia, y sus hijas, y desde el cielo, su hijo Paquito le acompañó en su empresa.

Pocos entendíamos de dónde obtenía Don Francisco la fuerza para limpiar los dormitorios, juntar comida, obtener medicina, apoyos privados y públicos, cómo le hacía para pasar sus días y sus noches en medio de estos hombre y mujeres que vivían en otra realidad.

¿Por qué dedicar su vida a los enfermos mentales?

¿Por qué descuidar su propia salud para cubrirse con los padecimientos de otros?

¿Por qué ser generoso al grado de celebrar cumpleaños, aniversarios de bodas… con sus hijos, los locos?

Don Francisco tuvo la suerte de pocos de ver y tocar la esperanza de un sueño cumplido. Alrededor de la casona de madera, creció, de su fe, un hospital, con estancias, enfermería, dos plantas para dividir a los enfermos por sexo, una zona para resguardar a los enfermos agresivos, un comedor, una lavandería, una zona de baños y oficinas, una cancha y una barda perimetral a la que dedicó los últimos esfuerzos de su vida “para que ellos puedan estar más tiempo libres”.

Víctima de un derrame en la zona del esófago, a los cincuenta y cinco años de vida, aferrándose al mundo, que le quitó un hijo, pero le dio a más de 150 enfermos que cotidianamente compartían la vida con él; Don Francisco Arce murió.

Él deja para nosotros un legado de fe, un testimonio humano y una enseñanza social y política: En el pueblo de los excluidos está la verdadera vocación política.

www.arteagasarabia.blogspot.com

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